martes, 11 de agosto de 2009

El perro


El perro da vueltas y vueltas, dibujando un círculo invisible sobre las baldosas color terracota de la cocina. Persigue, incansablemente y -a mi modo de entender- de manera absurda, su raquítica cola.
Una vez que agota todas sus posibilidades, sin más triunfo que conseguir mordisquear unos instantes el extremo final de su propio ser, el animal cae al suelo, rendido ante los encantos del desgano y la frustración. Descansa, acurrucado como una cortina de enrollar (enrollada, por supuesto) y sueña que su cuerpo se reduce al mínimo de todas las fracciones que lo conforman. Sueña que su conciencia, su proceder y su desgastar constituyen el Todo de su existencia, encerrada ésta en forma de raquítica cola. Cola que huye de esos dientes que ansían devorarla. Cola que se balancea pendularmente en ocasionales episodios de excitación ajena, de ese cuerpo que la domina, que la coordina, que la limita, que la ata a una existencia que no es la suya. Cola que no tiene garras ni dientes para defenderse. Cola que no puede gritar, en estado de sitio permanente. Cola cuyo destino fue, es y será ser parte de una fracción indivisible por dos. Cola que...
El perro despierta, sobresaltado, al oír el portazo que suena desde el living hasta la cocina. Inmediatamente, se levanta y corre, todavía confuso, al encuentro de su amo. La puerta, el pasillo, una habitación, otra puerta y por fin él, aguardando el recibimiento amistoso, la única demostración de afecto que recibe en el día en manos de su única debilidad: su alegre y siempre fiel mascota.
El canino siente que el corazón podría escaparse fácilmente de su pecho, si no fuera por la infinidad de obstáculos que tendría que atravesar para poder alcanzar semejante hazaña. Se siente en un estado de absoluta felicidad y no retarda el encuentro con su protector. Éste, al verlo cruzar el umbral de la puerta, detrás de la habitación, detrás del pasillo, detrás de la otra puerta...lo mira atónito, desconcertado, tristemente desilusionado de su perro sin cola que balancear, sin signos reales de Bienvenida (aunque hubiese jurado que parecía feliz...).

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