domingo, 1 de noviembre de 2009

Ella...


... se durmió queriendo soñarlo y sentirlo despierto, soñándola.

martes, 8 de septiembre de 2009

Sin título


En puntas de pie voy caminando sobre una cuerda finísima. De un lado, el pasado. Del otro, el futuro. Debajo mío, a miles de kilómetros de distancia, el vacío.
Camino lentamente mientras la cuerda se tambalea a un lado y a otro, a un lado y a otro. Mi cuerpo -desnudo ya- intenta mantener el equilibrio, contrarrestar el peso hacia un lado cuando la cuerda vira hacia el otro y viceversa (la resistencia aerodinámica es asunto de la Física y encrucijada de los amantes).
Avanzo para no detenerme, me detengo para no caer. Miro hacia abajo y veo tinieblas, una densa oscuridad que no me permite medir la distancia real entre la cuerda y la tierra. Siento vértigo. Un terrible, primitivísimo, miedo a caer. Pero me resisto a perecer. Reestablezco el equilibrio y continúo avanzando. Un pie -punta, base, talón-, el otro –punta, base, talón- y así sucesivamente, durante un tiempo infinito que parece transcurrir sin que nada transcurra, más que un pie –punta, base, talón- y el otro –punta, base, talón-.
Una suave pero decisiva brisa empuja la cuerda hacia un lado. Instintivamente, mi cuerpo se inclina hacia el otro. Quedamos así, suspendidas la cuerda y yo, como en una fotografía de malabarista de circo. Durante ese microscópico lapso de tiempo, alcanzo a escuchar el murmullo del mar. Intento -con todas mis fuerzas- retenerlo, determinar su procedencia espacial, pero es en vano. La brisa cambia de dirección bruscamente, haciéndome perder el equilibrio y tambalear sobre la cuerda. De inmediato consigo reestablecerme y me inclino hacia el lado opuesto. Otra vez la fotografía y, en el instante infinitesimal… el silencio. Un profundo signo de interrogación. La brisa se detiene y la cuerda vuelve a su posición de reposo. Mi cuerpo también, pero mi mente no.
Anhelo el murmullo del mar, la sal de tu piel. No puedo recuperar el tiempo que se escurrió entre tus besos, entre ese último abrazo que se resistía a morir. No puedo llegar a vos, a eso que fuimos, no puedo alcanzarlo, caminando en puntas de pie encima de esta soga que se tambalea continuamente, porque sé que no voy a encontrarte al final del camino, por lo menos eso que fuiste. Y el silencio me hace huir, me aterra más que tus palabras de amor pronunciadas a miles de kilómetros de mi boca.
Frente a la imposibilidad de revivir el pasado, frente a la incertidumbre de construir un futuro que nos incluya, no sé vivir el presente. Miro hacia abajo y siento que no puedo más mantener el equilibrio, me quiero bajar, hundirme en las tinieblas, entrar en ese viaje oscuro y doloroso. Pero nada me asegura que, una vez que sienta la tierra debajo de mis pies, una brisa me acerque, de tanto en tanto, el murmullo inasible del mar.

viernes, 28 de agosto de 2009

Restos de vos


Tan efímero como una ola estrellándose en las rocas...
Tan intrascendente como mis palabras.
No hay restos de vos en mi carne.
Como las huellas que dejan los pliegues de las sábanas...
Todo se desvanece en el transcurrir.
Todo se transforma en Nada, en olvido.
Sólo quedan esqueletos vacíos.
Variaciones de uno en los espejos de los demás.
Lucha cuerpo a cuerpo contra la inexistencia.
Perdurar en el otro, en su cuerpo…
Existir fuera de nuestro insoportable molde.
Sos el recuerdo de un sueño prefabricado.
La ilusión que se antepone a tu silueta.
Siempre va a ser así…
Mis palabras intentan retener aquello que no fuiste ni serás.
No hay restos de vos en mi carne. Sólo huellas de sábanas con olor a soledad.


jueves, 27 de agosto de 2009

DISPARÓSE! Fue de muerte natural

Ella, la mujer sin nombre, era de una belleza agresiva, siempre al borde de la herida, de una sensualidad instintiva, no prefabricada como la de esas conejitas absurdas.
Manos de dedos largos y finos, uñas en punta capaces de provocar los deseos más oscuros del hombre más eréctil; andar sinuoso, como de felino paseándose alrededor de su presa, siempre en actitud de acecho.
Inescrupulosa, desprejuiciada, exhibiendo sus curvas por doquier.
Una tarde gris de otoño, miróse por primera vez desnuda. Ella, que no dudaba en comprar su ropa uno o dos talles menos de lo que realmente necesitaba. Ella, que provocaba la envidia de todas las mujeres, aún de las más delgadas y curvilíneas, y despertaba la lujuria hasta del hombre más puritano. Ella, la mujer que había perdido la ingenuidad en brazos de cualquier hombre, a muy temprana edad, sin lamentarse ni avergonzarse jamás por ello, orgullosa de provocar perversiones.
La mujer sin nombre paróse frente al espejo de cuerpo entero y quitóse las prendas de a una, lentamente, haciendo pausas eternas entre una liga y otra, entre el corpiño y el zapato rojo de taco aguja.
Ella descubrióse frente al espejo como una adolescente, sorprendida de verse desnuda, portadora de curvas sinuosas, de una piel aterciopelada y virginal, nunca antes erizada por el contacto con otra piel. Ella observó con detenimiento cómo cada centímetro de su cuerpo se erizaba al ser penetrado por el frío otoñal que ingresaba por la ventana entreabierta. La sangre se le heló y corrió por sus venas, congelándole el cuello, el escote, el vientre y los muslos.
La mujer sin nombre se desvestía, por primera vez, frente a sí misma y se descubría desnuda, ya no para cautivar, para erotizar a su ocasional compañero de sábanas, ni siquiera desnuda para satisfacerse a sí misma.
Sintió la soledad oprimiendo todo sus ser, como un látigo filoso que la azotaba sin cesar.
Lloró, lloró como nunca antes había llorado. Cubrióse el cuerpo con lágrimas y, sin dejar de mirar su reflejo en el cristal, se rodeó con los brazos el pecho y el vientre.
La mujer sin nombre y sin amor, en un impulso estallóse contra el espejo con todas sus fuerzas. No contenta con haber partido en dos el cristal, lo golpeó con los puños apretados, hasta hacerlo añicos.
Sangró, lloró, como una sola y única acción: el llanto era sangre y la sangre lágrimas.
No sintió dolor físico al desangrarse. Disparóse, fue de muerte natural.

lunes, 24 de agosto de 2009

Homenaje


“Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.
Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y los ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua”.
(de "Rayuela", Julio Cortázar)

martes, 11 de agosto de 2009

El perro


El perro da vueltas y vueltas, dibujando un círculo invisible sobre las baldosas color terracota de la cocina. Persigue, incansablemente y -a mi modo de entender- de manera absurda, su raquítica cola.
Una vez que agota todas sus posibilidades, sin más triunfo que conseguir mordisquear unos instantes el extremo final de su propio ser, el animal cae al suelo, rendido ante los encantos del desgano y la frustración. Descansa, acurrucado como una cortina de enrollar (enrollada, por supuesto) y sueña que su cuerpo se reduce al mínimo de todas las fracciones que lo conforman. Sueña que su conciencia, su proceder y su desgastar constituyen el Todo de su existencia, encerrada ésta en forma de raquítica cola. Cola que huye de esos dientes que ansían devorarla. Cola que se balancea pendularmente en ocasionales episodios de excitación ajena, de ese cuerpo que la domina, que la coordina, que la limita, que la ata a una existencia que no es la suya. Cola que no tiene garras ni dientes para defenderse. Cola que no puede gritar, en estado de sitio permanente. Cola cuyo destino fue, es y será ser parte de una fracción indivisible por dos. Cola que...
El perro despierta, sobresaltado, al oír el portazo que suena desde el living hasta la cocina. Inmediatamente, se levanta y corre, todavía confuso, al encuentro de su amo. La puerta, el pasillo, una habitación, otra puerta y por fin él, aguardando el recibimiento amistoso, la única demostración de afecto que recibe en el día en manos de su única debilidad: su alegre y siempre fiel mascota.
El canino siente que el corazón podría escaparse fácilmente de su pecho, si no fuera por la infinidad de obstáculos que tendría que atravesar para poder alcanzar semejante hazaña. Se siente en un estado de absoluta felicidad y no retarda el encuentro con su protector. Éste, al verlo cruzar el umbral de la puerta, detrás de la habitación, detrás del pasillo, detrás de la otra puerta...lo mira atónito, desconcertado, tristemente desilusionado de su perro sin cola que balancear, sin signos reales de Bienvenida (aunque hubiese jurado que parecía feliz...).

lunes, 10 de agosto de 2009

Todo es lo que su opuesto no


La punta de la birome, antes de apoyarse sobre la hoja, proyecta una sombra concéntrica...¿Qué pasaría si nunca llegara a besar el renglón, inventando garabatos que pueden ser descifrados por los demás?
Existe un segundo previo al desastre, donde el tiempo se detiene y nada (o todo) sucede. Y existe una sumatoria de segundos donde el resto se sucede (o no) infinitamente para perdurar...
Antes de las huellas hubo quietud y vacío...¿o lo habrá luego de?.
La sombra se agranda cuanto más dudo y se empequeñece (hasta desaparecer) cuando dejo fluir mis ideas (asociaciones inconexas que, probablemente, sean comprendidas sólo por mí en el determinado instante que las impregno sobre la celulosa para existir...).
Decimos para no callar y callamos para no decir. Todo es lo que su opuesto no. Todo puede cambiar para no ser más lo que era, o puede permanecer inerte para jamás mutarse.
La sombra se agrandó demasiado, desapareció...Estas letras ni siquiera deberían de existir...

domingo, 9 de agosto de 2009

02 o Tendencia de Abstracción (para no decir que estás en mí).

La línea punteada se volvió látigo.
Látigo que me corta las manos y las palabras.
Caricias que nunca te di ni voy a darte
-porque nada se da sin encontrar resistencia-.
Me resisto a gritar.
¿Cómo no ves lo que te digo?
¿Cómo no escuchás lo que exhibo?
Gritan mis ojos.
Susurro una caricia.
Nacer es fácil: no lo decidimos.
Todo aquello que es inevitable resulta sencillo...
Pero ¿cómo evitar que la línea punteada se vuelva látigo
y me corte las vocales,
silencie mis manos?
Límites...
Resistencia...
Prohibición de sentir.

01


Una línea muy fina,
casi imperceptible.
Flexible como el elástico.
Retráctil como tus ojos.
Instantánea como el destello lumínico
de este noctámbulo cielo rojo.
Me protejo de estas dos gotas
que intentan atravesarme,
pero me perturban,
me persiguen,
me perciben.
Velo mi imagen
Y revelo mi sombra.
Barreras que sólo ceden
En el instante único
Del destello lumínico de mi ser.
Ser para nacer
Y no morir 
Sin matar el haber vivido.